16 dic 2014

PALABRAS IGNORADAS


Por: Gustavo Múnera Bohórquez
Existen palabras que sorprenden a pesar que se crea tener un vocabulario amplio y hasta
brillante, según se supone en el frenesí de la egolatría. Pero, se debe considerar mejor que son
más las que se desconocen, que las de dominio diario. Precisamente, me acaba de pasar al
encontrar en la crónica Nostalgia de París de Mario Vargas Llosa la voz letraherido. Y adivinen,
se dice de alguien que siente una pasión extremada por la literatura.
Con lo que ignoro se podría hacer la biblioteca más grande del mundo, solía repetir un jefe
médico cuando a alguno se le subían las abarcas a la cabeza. Pocas cosas más ciertas. En un
debate político en las redes sociales un contertulio me atacó con el argumento de que soy una
tarabita.
¿Tarabita? Me sonó a cucaracha y mi me sentí enojado en razón de que me creo con un
glosario vasto y, por otro lado, ante el espejo no me parezco al insecto en que se convirtió
Gregorio Samsa. Fui al diccionario y la investigación se prolongó más de lo esperado.
El Diccionario Vox ilustrado define tarabita como palito al extremo de la cincha por donde se
aprieta la correa; maroma por donde corre la oroya en que van personas o carga para
atravesar un río. Imagínense si entendí algo cuando de ríos conozco lo que he visto al pasar el
Puente Pumarejo que lleva y trae de Barranquilla.
¿Oroya?, me dije. ¿Cucaracha y oroya? Si acaso merezco un insulto no era para tanto. Tenía
que haber un error por analfabetismo de mi parte, ya que más oroya serán otros. Volví al
lexicón y dizque del quechua, cesta o cajón del andarivel. Ya iba entendiendo que me parecía a
un canasto por mi figura redonda debido al vientre cervecero que me precede.
Podría ser que yo fuese un canasto de andarivel. Tantas cosas que se pueden ser en la vida y
uno sin saberlo. Recordé a mi amigo Gustavo “El Ferretero” Hernández; cada vez que le
lanzaban un término desconocido, contestaba: Tu vieja hasta averiguar de qué me has tratado.
Conforme ya con ser una cesta, al menos debía saber en qué andarivel estaba.
A estas alturas era de esperar que mi suerte mejorara. Ser solo un canasto de andarivel
resultaba poco clasudo. Y se apareció el italiano de la familia, ya que dicha voz es de ese origen
y significa cable tendido entre las orillas de un río para guiar una barca o balsa; cesta o cajón
para pasar hondonadas que, pendientes de dos argollas, corre por una maroma atirantada.
Respiré hondo. Nada de cucarachas. Aunque quedé sin saber en qué me parezco al tal palito,
por lo menos sigo siendo el gordo feliz sobre el que los nietos se deslizan panza abajo a
manera de una tarabita. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario